Tener
miedo. Quizás el sentimiento más traicionero que existe, te obliga a hacer
cosas que no harías en un estado de tranquilidad. Éstas pueden ser tanto buenas
como malas, todo depende de su resultado y de sus fines, pero de lo que se está
seguro es que nunca podrían ser realizadas de otra manera.
Éste
miedo puede estar causado por varias circunstancias, muchas de ellas parecidas
pero ninguna es reflejada igual para cada persona.
Es
un sentimiento poderoso, fuerte y oscuro capaz de llevarte por caminos
tenebrosos para cualquier vida humana.
El
miedo puede cambiarte la vida por completo, llevarte por caminos que el destino
nunca había terminado de marcar, es el impulso que nuestra vida anhela de un
sentimiento puro como el amor, pero que nunca llega a encontrar en ellos.
Es
uno de los pocos sentimientos que compartimos la mayoría de seres vivos, lo que
nos hace único e igual al resto.
Mis
pocos años de vida me han proporcionado la experiencia suficiente para
reflexionar sobre el miedo. Es algo que estoy convencido que nos ayuda a crecer,
madurar y sacar lo mejor de cada uno. El miedo no es terrible, es una simple
percepción humana de nuestro alrededor, en la que en la mayoría de los casos no
es tan horrible, pero creo que no es mi caso, al menos en este momento.
Existen
miles de miedos en las cabezas de las personas. A cada segundo que pasa alguien
en mi mundo, Strior, pasa miedo o cualquier sentimiento parecido a él, pero
ninguno podría llegar a sentir mi propio miedo, y es que pocas veces en mi vida
había sentido el miedo que en este momento estoy sintiendo.
Segundos
de meditación me han hecho clasificar mi actual miedo por “fenómeno no reconocido
con riesgo de muerte”. Podéis pensar que estoy loco, ¿quién tiene ese tipo de
miedo?
Si
me pudierais ver por un agujero os sorprenderíais y a la vez os
impresionaríais. No hay explicación para lo que en menos de una hora había
sucedido.
Tengo
miedo. Lo tengo, no hay duda.
Una
oscura sombra me perseguía, por un oscuro bosque. Yo corría y corría, y la
oscuridad me perseguía más y más cerca. No sabía cual era su intención, pero la
angustia me impedía comprobarlo. Aquella criatura no había sido vista por mis
ojos nunca antes, por lo que mi cerebro no pudo reconocer las imágenes que mi
retina le hacía llegar. No habría forma de describir aquello por mucho que
hubiese querido. ¿Oscuro, alto, violento quizás? ¿Acaso estos simples adjetivos
adquiridos en menos de diez milésimas eran suficientes para describir dicho
ente? ¿Acaso podéis sentir en vuestras propias carnes el horror que aquel ser
te producía con una simple mirada? No, ya contestaré yo por vosotros al estar
seguro de lo que digo. Nadie podría contradecirme, pues nadie sentirá nada
igual. Ni a mi mayor enemigo le desearía aquella escena. Que ingenuo era al
creer que aquello era la más terrible situación a la que me tendría que
enfrentar jamás.
El enemigo no tenía una buena intención, y mi
vida podría acabar en el poco tiempo en el que mis piernas me dejaran de dar la
fuerza necesaria para dar un paso más.
Me
rodeaba por un sinfín de árboles enormes con elevadas raíces que me pondrían el
adjetivo de diminuto en el caso de que hablasen entre ellos sobre mí. No había
forma de esconderme, la criatura me seguía el paso, a una velocidad superior a
mí, como una bestia que ansía un pedazo de carne que mi cuerpo le proporciona,
como un perro en busca de su hueso. El problema es que en todas las similitudes
que consiga hacer de tal momento, el cazador coge a su presa y la devora.
Poco
a poco, me fui alejando de los árboles.
Abandoné
el bosque y entré en una ciudad de pequeño tamaño. Sus calles eran frías y
mojadas, y confiaba en que la bestia no pasara sus muros. Paré en seco y miré a
mi alrededor. Mi pesadilla se hizo realidad y la terminó cruzando sin
problemas, por lo que comencé a adentrarme en la ciudad que tanto conocía en
busca de ayuda.
Corrí
hasta que no pude más. Calles y calles pasaban a mis lados, hasta que me
desplomé al suelo en un oscuro callejón.
Tenía
la cara sudada y algo herida. El suelo estaba frío y lleno de tierra mojada
debido a la imparable lluvia que no cesó desde la noche anterior. Me intenté
tranquilizar a la esperanza de que no hubiera visto esa última calle. Intenté
con múltiples fracasos ponerme de pie, pero era imposible. Los tenía realmente
lastimados y cualquier movimiento me era prácticamente imposible. Me percaté de
que aquella calle no tenía salida, por lo que podría tener un terrible final en
cuestión de segundo.
De
repente, aquella sombra entró en la última calle que mis piernas me dejaron
cruzar. <<Aquí se acababa todo>> pensé mientras daba mi cerebro mis
últimos pensamientos con vida. Se acercó, poco a poco. Cerré los ojos. Entonces
empecé a gritar en busca de un auxilio. Lo miré de frente, me estremecí, pero
solo en ese momento, cuando estás en tus últimos segundos y sabes que vas a
morir, solo entonces, es cuando el miedo cesa y la valentía queda.
Cerré
los ojos, todo habría acabado en menos de lo que tardas en dar un suspiro. Ahora
podría descansar para siempre.
Me
desperté en el suelo de un bosque, el mismo bosque donde unas horas me disponía
a dormir. Todo había cesado, estaba como de costumbre donde debía estar, mi
hogar. Suspiré un poco. Todo había sido tan real que todo mi cuerpo estaba en
completa tensión y los sudores bajaban suavemente por mi frente como una gota
donde había dejado todos lo horrores que había vivido. Alguna otra vez tuve
sueños tan reales como éste, pero jamás de esa manera tan cruel, y menos una
pesadilla. Había sido una de las peores noches de mi vida, pero todo había
terminado para comenzar un día más en el bosque de la ciudad de Krim, una de
las ciudades de mi mundo, Strior.
Vivía
solo, absolutamente solo. No tenía a nadie.
¿Mis
padre?, no tengo memoria de ellos, al menos hasta donde tengo conciencia. Me
críe en un pequeño hostal pagado gracias a mi tío Frederic Mourtan, donde
conocí a mi único amigo, Arian, a quien le perdí la pista hace unos años, pues cumplió
la mayoría de edad antes que yo y pudo abandonar el lugar. Desgraciadamente mi
tío murió hace tres años por sucesos desconocidos por mí. Me lleve una semanas
buscándolo sin parar pero mi tío había desaparecido por completo de la ciudad.
La Señora Trip me confirmó su muerte anunciándome que debía abandonar aquel
lugar, y a los quince años me enfrenté a una pura supervivencia diaria y sin
una simple moneda con la que abastecerme.
Me
llaman Tibán. Como dije, sobrevivo como puedo. Me movía de un lado para otro
continuamente. Dormía en las propias calles de la ciudad, pero el tiempo nunca
ayuda en esta zona del planeta, por lo que me era necesario encontrar un techo.
Entre centros de ayuda y el hurto fui pudiendo sobrevivir el primer año, pero
el trabajo era muy cansado y peligroso, nadie daba un duro por mí al no tener
ningún tipo de estudios y tenía que conseguir definitivamente un lugar dónde
dormir, de esta manera sería más fácil todo lo demás. Terminé instalándome en
el viejo bosque Quierum, bosque peligroso, pero con recursos suficientes para
que cualquier persona pudiera subsistir con mínimas posibilidades y poca
experiencia. Encontré un enorme árbol hueco con una pequeña abertura y lo
bauticé como mi hogar. Tuve que hacerme mis propias armas e ir a cazar para
poder llevarme algo a la boca cada semana. Al menos se me daba bien aquel
oficio, por lo que sabía que si alguna vez tuviera dinero suficiente me
alistaría como cazador oficial para poder vivir de ello.
La
ciudad de Krim estaba justo al lado, protegida de la naturaleza por el viejo
muro que la rodea por completo hasta las antiguas bahías del sur.
Era
una ciudad pobre desde las guerras que hace unas décadas acontecían, donde
ciudades enfrentadas lucharon sin cesar en la ciudad de Atlan, ciudad tomada
como centro de batallas. Mis conocimientos no son más que las antiguas leyendas
de mi tío, y no tengo más saberes acerca de las terribles luchas.
Siempre
he tenido una vida demasiado pobre y desgraciada, pero siempre mantuve la esperanza
de que todo cambiara algún día, aunque lejos de ser un soñador, era consciente
de lo que vivía y de mi pésima vida diaria.
Me
levanté cuidadosamente, escuchando los distintos silbidos que las aves me
dedicaban, como cada mañana. Animales de todo tipo habitaban en el bosque, pero
me conocía aquel lugar de tal manera, que era imposible que nadie me
encontrara, ni sufría peligro de ninguna bestia. Aprendí cada zona de él, y sus
respectivas especies que lo habitaban, por lo que me encontraba en la zona más
cercana a la ciudad, donde ningún animal peligroso se acercaba, debido a los
cazadores que salen muchos días en busca de algo de carne para el mercado de
Krim.
Aquellas
zonas que se escapan de mis saberes eran las zonas oscuras y peligrosas más al
norte, aunque muchos ni lo consideran parte de Quierum, utilizando el nombre
de Darkuierum.
Antiguas
historias hablan de que terribles bestias habitaban aquellas zonas. Nadie
sobrevivía a ese lugar. Se decía que tenía el poder para destruir a toda la
humanidad, algo que aterrorizaba a los habitantes de Krim, y habladurías en mi
opinión. Eran lugares oscuros e impredecibles donde el hombre nunca fue capaz
de dominar a la naturaleza.
Alcé
la vista. “Despejado” me dije. Contemplé al sol brillando en el cielo por
primera vez en toda la semana, aunque estaba rodeado por enormes nubes negras
que anunciaban fuertes lluvias en las próximas horas. Por tanto, era el momento
perfecto para salir de mi hogar. Me dirigí a la ciudad para intentar robar algo
de comida, de lo contrario me conformaría con cazar o intentar recolectar algún
fruto comestible durante las últimas horas de la tarde. La pena era que
últimamente se están agotando cualquier alimento natural, y que cada vez se
hace más difícil cazar por causa de las últimas lluvias que hacen refugiarse a
los animales en manada, haciendo casi imposible enfrentarte a una docena de
aquellas bestias. Esto hacía que poca comida se expusiera en el mercado central
de Krim, y que todo esté más vigilado que de costumbre. Todo parecía estar
últimamente en mi contra. De todas formas, lo tenía que intentar, pues ya
contaba cuatro días desde que me comí aquel trozo de carne que yo mismo
arranqué de un cerdo que cacé.
Miré
al cielo de nuevo, se había nublado pero no parecía que la lluvia fuera a
estropear la caza y fracasaba en el robo.
Corrí
a la ciudad. Eran las once, hora de caza para los mercaderes y mi presencia
allí sobraba, Además era la hora perfecta para mi hurto. La mayoría de
krimiñeros compraban a esas horas y facilitaría todo. La gente ocultaba mis
manos haciéndose con el deseado premio.
Sin
duda, una de las pocas cosas que he aprendido de robar es que no es un oficio
fácil, en cualquier momento corres peligro sin darte cuenta, y las recompensas
son mínimas, y aunque no lo parezca odio hacerlo, sim embargo, no tengo opción.
Crucé
la puerta principal de la ciudad, lleno de guardias y cazadores a punto de
salir.
Mi
pequeño portal, y mi única entrada a Krim se encontraba a poco pasos de aquella
puerta, pero lo suficientemente oculta para mantenerla en secreto. Yo mismo la
hice raspando madera en la apertura de abajo, pues me di cuenta que justo en
aquella parte del muro la piedra era mucho más débil por motivos extraños, el
caso es que lo conseguí, y me era de tremenda ayuda, pues sin permisos no hay
otra forma de entrar.
Nadie
conocía aquello, solo yo.
Me
tenía que tumbar casi por completo e ir arrastrándome poco a poco. Había una
dificultad increíble en ello, pero era posible. Cada año me resultaba cada vez
más difícil debido a mi crecimiento anual, mi cuerpo era cada vez más grande,
pero el agujero seguía siendo el mismo. Cuando llegaba la parte de la cara
cerré los ojos y me estiré todo lo posible hasta que estaba dentro. Me levanté
y me apresuré.
Llegué
a la calle principal inundada de gente. Esto levantó mi ánimo, sentirse rodeado
de los tuyos siempre es alegre. Los krimiñeros compraban y vendían en aquella
plaza. Realizaban intercambios, subastas y ventas de todo tipo de objetos
realmente extraños. Cada día de la semana significaban diferentes precios y
alimentos. Era sábado, día de descanso por lo que era común aquella cantidad de
mercaderes y los altos precios en la mayoría de los productos.
Me
sorprendió la subasta de aquel día. Era una espada de plata completa, una joya
para los guerreros y una verdadera bestia en combate. Nunca habría imaginado
una pieza como ésta y mucho menos el tamaño que tenía, era dos veces mayor que
una espada normal, por lo que su peso debería ser algo incómodo. Cientos de
personas rodeaban el escenario y la puja comenzó. Las cifras que los
interesados Krimiñeros soltaban por la boca me podrían solucionar mi vida
entera. El dinero en Krim estaba muy mal repartido. Pocas personas gozaban de
la buena vida, derrochando dinero y viviendo como verdaderos dioses. La gran
mayoría luchaban cada día por pedazo de carne y se mataban horas a trabajar por
conseguirla. Se podrían diferenciar fácilmente a cada tipo solo con verles por
las calles.
Mi único objetivo era la tienda de
alimentación. Todos, como de costumbre, me miraban y observaban, pues mi ropa
no estaba en muy buen estado y no tenía nada más, además, mi aspecto tampoco
era perfecto para ser sábado, el día más limpio de la semana que hasta el más
pobre vestía con una ropa limpia.
Con
perfecta delicadeza me apresuré a la panadería, donde gracias a mis habilidades
conseguí atrapar un par de panecillos sin problemas. Me fue bastante fácil,
pues la panadera Trenir era muy despistada y normalmente no se fijaba en sus
panes de la parte más a la izquierda, los más alejados de su vista.
Entonces
me dirigí hasta la frutería. Mientras el frutero charlaba con un señor, mi mano
se deslizaba por la espalda para alcanzar un plátano
Fui
a coger uno más cuando pasó lo inevitable. Un prisor, policía de Krim, me
vigilaba muy de cerca y se percató de mi crimen. Me quitó los panes y la fruta
y me cogió por en cuello. Empezamos a andar y nos fuimos fuera de la plaza.
Me
llevó a una calle. No podía creer lo que estaba ocurriendo realmente. Era
imposible que me hubiera descubierto, lo estaba haciendo realmente bien, y
estaba a punto de conseguirlo. Era alto, rubio, no más de treinta años y su
mirada deba realmente miedo. En aquella calle me dio una patada y me tiró
contra un muro. El dolor inundó mi cuerpo, y tras aquel golpe. Me empezó a
azotar con un áspero cinturón de cuerp. Me mantuvo allí un cuarto de hora, a
golpes sin parar, conté unos cuarenta azotes y por al menos no todos era
demasiado fuerte. Estaba acostumbrado a castigos más fuertes en mi antiguo
hogar, donde convivía con niños de mi edad. Eran muy estrictos con las normas
que nos llevaban a dolorosos azotes cada dos por tres. El dolor era
insoportable, me quedé tirado en medio de la calle, sangrando la espalda, casi
inconsciente pero mis ojos me dejaron ver como una figura en la esquina de la
calle contemplaba la escena. Notaba más gente pasando a mi alrededor pero nadie
decía nada.
-Para
que aprendas- se reía el prisor, y se marchó entre risas.- la próxima vez,
estas muerto muchacho.
Entonces
fue cuando comenzó un tiempo de dolor y desespero en medio de aquella calle,
gritando por las heridas que en mi espalda yacían y que me hacía rugir con
furia una venganza para aquel hombre. Cada vez me dolía más y más, y mi cuerpo
empezó a temblar. Pero cerré los ojos, no podía aguantar más.
Me
levanté tras media hora y no dudé en volver al rápidamente al bosque. Cada pequeño paso que daba significaba un
enorme esfuerzo. Aun me pregunto como conseguí hacerlo, como pude llegar a mi
hogar.
Crucé
el agujero y volví a mi árbol. En este momento crítico, el hambre rugía en mi
estómago y el cansancio corría por mis venas. Comenzó a llover y con ella una
tormenta enorme, como mucho de los días en Krim y Quierum.