jueves, 18 de julio de 2013

STRIOR: Capítulo 1

Tener miedo. Quizás el sentimiento más traicionero que existe, te obliga a hacer cosas que no harías en un estado de tranquilidad. Éstas pueden ser tanto buenas como malas, todo depende de su resultado y de sus fines, pero de lo que se está seguro es que nunca podrían ser realizadas de otra manera.
Éste miedo puede estar causado por varias circunstancias, muchas de ellas parecidas pero ninguna es reflejada igual para cada persona.
Es un sentimiento poderoso, fuerte y oscuro capaz de llevarte por caminos tenebrosos para cualquier vida humana.
El miedo puede cambiarte la vida por completo, llevarte por caminos que el destino nunca había terminado de marcar, es el impulso que nuestra vida anhela de un sentimiento puro como el amor, pero que nunca llega a encontrar en ellos.
Es uno de los pocos sentimientos que compartimos la mayoría de seres vivos, lo que nos hace único e igual al resto.
Mis pocos años de vida me han proporcionado la experiencia suficiente para reflexionar sobre el miedo. Es algo que estoy convencido que nos ayuda a crecer, madurar y sacar lo mejor de cada uno. El miedo no es terrible, es una simple percepción humana de nuestro alrededor, en la que en la mayoría de los casos no es tan horrible, pero creo que no es mi caso, al menos en este momento.

Existen miles de miedos en las cabezas de las personas. A cada segundo que pasa alguien en mi mundo, Strior, pasa miedo o cualquier sentimiento parecido a él, pero ninguno podría llegar a sentir mi propio miedo, y es que pocas veces en mi vida había sentido el miedo que en este momento estoy sintiendo.
Segundos de meditación me han hecho clasificar mi actual miedo por “fenómeno no reconocido con riesgo de muerte”. Podéis pensar que estoy loco, ¿quién tiene ese tipo de miedo?
Si me pudierais ver por un agujero os sorprenderíais y a la vez os impresionaríais. No hay explicación para lo que en menos de una hora había sucedido.

Tengo miedo. Lo tengo, no hay duda.  
Una oscura sombra me perseguía, por un oscuro bosque. Yo corría y corría, y la oscuridad me perseguía más y más cerca. No sabía cual era su intención, pero la angustia me impedía comprobarlo. Aquella criatura no había sido vista por mis ojos nunca antes, por lo que mi cerebro no pudo reconocer las imágenes que mi retina le hacía llegar. No habría forma de describir aquello por mucho que hubiese querido. ¿Oscuro, alto, violento quizás? ¿Acaso estos simples adjetivos adquiridos en menos de diez milésimas eran suficientes para describir dicho ente? ¿Acaso podéis sentir en vuestras propias carnes el horror que aquel ser te producía con una simple mirada? No, ya contestaré yo por vosotros al estar seguro de lo que digo. Nadie podría contradecirme, pues nadie sentirá nada igual. Ni a mi mayor enemigo le desearía aquella escena. Que ingenuo era al creer que aquello era la más terrible situación a la que me tendría que enfrentar jamás.
 El enemigo no tenía una buena intención, y mi vida podría acabar en el poco tiempo en el que mis piernas me dejaran de dar la fuerza necesaria para dar un paso más.
Me rodeaba por un sinfín de árboles enormes con elevadas raíces que me pondrían el adjetivo de diminuto en el caso de que hablasen entre ellos sobre mí. No había forma de esconderme, la criatura me seguía el paso, a una velocidad superior a mí, como una bestia que ansía un pedazo de carne que mi cuerpo le proporciona, como un perro en busca de su hueso. El problema es que en todas las similitudes que consiga hacer de tal momento, el cazador coge a su presa y la devora.
Poco a poco, me fui alejando de los árboles.

Abandoné el bosque y entré en una ciudad de pequeño tamaño. Sus calles eran frías y mojadas, y confiaba en que la bestia no pasara sus muros. Paré en seco y miré a mi alrededor. Mi pesadilla se hizo realidad y la terminó cruzando sin problemas, por lo que comencé a adentrarme en la ciudad que tanto conocía en busca de ayuda.
Corrí hasta que no pude más. Calles y calles pasaban a mis lados, hasta que me desplomé al suelo en un oscuro callejón.
Tenía la cara sudada y algo herida. El suelo estaba frío y lleno de tierra mojada debido a la imparable lluvia que no cesó desde la noche anterior. Me intenté tranquilizar a la esperanza de que no hubiera visto esa última calle. Intenté con múltiples fracasos ponerme de pie, pero era imposible. Los tenía realmente lastimados y cualquier movimiento me era prácticamente imposible. Me percaté de que aquella calle no tenía salida, por lo que podría tener un terrible final en cuestión de segundo.

De repente, aquella sombra entró en la última calle que mis piernas me dejaron cruzar. <<Aquí se acababa todo>> pensé mientras daba mi cerebro mis últimos pensamientos con vida. Se acercó, poco a poco. Cerré los ojos. Entonces empecé a gritar en busca de un auxilio. Lo miré de frente, me estremecí, pero solo en ese momento, cuando estás en tus últimos segundos y sabes que vas a morir, solo entonces, es cuando el miedo cesa y la valentía queda.
Cerré los ojos, todo habría acabado en menos de lo que tardas en dar un suspiro. Ahora podría descansar para siempre.


Me desperté en el suelo de un bosque, el mismo bosque donde unas horas me disponía a dormir. Todo había cesado, estaba como de costumbre donde debía estar, mi hogar. Suspiré un poco. Todo había sido tan real que todo mi cuerpo estaba en completa tensión y los sudores bajaban suavemente por mi frente como una gota donde había dejado todos lo horrores que había vivido. Alguna otra vez tuve sueños tan reales como éste, pero jamás de esa manera tan cruel, y menos una pesadilla. Había sido una de las peores noches de mi vida, pero todo había terminado para comenzar un día más en el bosque de la ciudad de Krim, una de las ciudades de mi mundo, Strior.

Vivía solo, absolutamente solo. No tenía a nadie.
¿Mis padre?, no tengo memoria de ellos, al menos hasta donde tengo conciencia. Me críe en un pequeño hostal pagado gracias a mi tío Frederic Mourtan, donde conocí a mi único amigo, Arian, a quien le perdí la pista hace unos años, pues cumplió la mayoría de edad antes que yo y pudo abandonar el lugar. Desgraciadamente mi tío murió hace tres años por sucesos desconocidos por mí. Me lleve una semanas buscándolo sin parar pero mi tío había desaparecido por completo de la ciudad. La Señora Trip me confirmó su muerte anunciándome que debía abandonar aquel lugar, y a los quince años me enfrenté a una pura supervivencia diaria y sin una  simple moneda con la que abastecerme.

Me llaman Tibán. Como dije, sobrevivo como puedo. Me movía de un lado para otro continuamente. Dormía en las propias calles de la ciudad, pero el tiempo nunca ayuda en esta zona del planeta, por lo que me era necesario encontrar un techo. Entre centros de ayuda y el hurto fui pudiendo sobrevivir el primer año, pero el trabajo era muy cansado y peligroso, nadie daba un duro por mí al no tener ningún tipo de estudios y tenía que conseguir definitivamente un lugar dónde dormir, de esta manera sería más fácil todo lo demás. Terminé instalándome en el viejo bosque Quierum, bosque peligroso, pero con recursos suficientes para que cualquier persona pudiera subsistir con mínimas posibilidades y poca experiencia. Encontré un enorme árbol hueco con una pequeña abertura y lo bauticé como mi hogar. Tuve que hacerme mis propias armas e ir a cazar para poder llevarme algo a la boca cada semana. Al menos se me daba bien aquel oficio, por lo que sabía que si alguna vez tuviera dinero suficiente me alistaría como cazador oficial para poder vivir de ello.
La ciudad de Krim estaba justo al lado, protegida de la naturaleza por el viejo muro que la rodea por completo hasta las antiguas bahías del sur.
Era una ciudad pobre desde las guerras que hace unas décadas acontecían, donde ciudades enfrentadas lucharon sin cesar en la ciudad de Atlan, ciudad tomada como centro de batallas. Mis conocimientos no son más que las antiguas leyendas de mi tío, y no tengo más saberes acerca de las terribles luchas.
Siempre he tenido una vida demasiado pobre y desgraciada, pero siempre mantuve la esperanza de que todo cambiara algún día, aunque lejos de ser un soñador, era consciente de lo que vivía y de mi pésima vida diaria.

Me levanté cuidadosamente, escuchando los distintos silbidos que las aves me dedicaban, como cada mañana. Animales de todo tipo habitaban en el bosque, pero me conocía aquel lugar de tal manera, que era imposible que nadie me encontrara, ni sufría peligro de ninguna bestia. Aprendí cada zona de él, y sus respectivas especies que lo habitaban, por lo que me encontraba en la zona más cercana a la ciudad, donde ningún animal peligroso se acercaba, debido a los cazadores que salen muchos días en busca de algo de carne para el mercado de Krim.
Aquellas zonas que se escapan de mis saberes eran las zonas oscuras y peligrosas más al norte, aunque muchos ni lo consideran parte de Quierum, utilizando el nombre de  Darkuierum.
Antiguas historias hablan de que terribles bestias habitaban aquellas zonas. Nadie sobrevivía a ese lugar. Se decía que tenía el poder para destruir a toda la humanidad, algo que aterrorizaba a los habitantes de Krim, y habladurías en mi opinión. Eran lugares oscuros e impredecibles donde el hombre nunca fue capaz de dominar a la naturaleza.

Alcé la vista. “Despejado” me dije. Contemplé al sol brillando en el cielo por primera vez en toda la semana, aunque estaba rodeado por enormes nubes negras que anunciaban fuertes lluvias en las próximas horas. Por tanto, era el momento perfecto para salir de mi hogar. Me dirigí a la ciudad para intentar robar algo de comida, de lo contrario me conformaría con cazar o intentar recolectar algún fruto comestible durante las últimas horas de la tarde. La pena era que últimamente se están agotando cualquier alimento natural, y que cada vez se hace más difícil cazar por causa de las últimas lluvias que hacen refugiarse a los animales en manada, haciendo casi imposible enfrentarte a una docena de aquellas bestias. Esto hacía que poca comida se expusiera en el mercado central de Krim, y que todo esté más vigilado que de costumbre. Todo parecía estar últimamente en mi contra. De todas formas, lo tenía que intentar, pues ya contaba cuatro días desde que me comí aquel trozo de carne que yo mismo arranqué de un cerdo que cacé.
Miré al cielo de nuevo, se había nublado pero no parecía que la lluvia fuera a estropear la caza y fracasaba en el robo.
Corrí a la ciudad. Eran las once, hora de caza para los mercaderes y mi presencia allí sobraba, Además era la hora perfecta para mi hurto. La mayoría de krimiñeros compraban a esas horas y facilitaría todo. La gente ocultaba mis manos haciéndose con el deseado premio.
Sin duda, una de las pocas cosas que he aprendido de robar es que no es un oficio fácil, en cualquier momento corres peligro sin darte cuenta, y las recompensas son mínimas, y aunque no lo parezca odio hacerlo, sim embargo, no tengo opción.

Crucé la puerta principal de la ciudad, lleno de guardias y cazadores a punto de salir.

Mi pequeño portal, y mi única entrada a Krim se encontraba a poco pasos de aquella puerta, pero lo suficientemente oculta para mantenerla en secreto. Yo mismo la hice raspando madera en la apertura de abajo, pues me di cuenta que justo en aquella parte del muro la piedra era mucho más débil por motivos extraños, el caso es que lo conseguí, y me era de tremenda ayuda, pues sin permisos no hay otra forma de entrar.
Nadie conocía aquello, solo yo.
Me tenía que tumbar casi por completo e ir arrastrándome poco a poco. Había una dificultad increíble en ello, pero era posible. Cada año me resultaba cada vez más difícil debido a mi crecimiento anual, mi cuerpo era cada vez más grande, pero el agujero seguía siendo el mismo. Cuando llegaba la parte de la cara cerré los ojos y me estiré todo lo posible hasta que estaba dentro. Me levanté y me apresuré.

Llegué a la calle principal inundada de gente. Esto levantó mi ánimo, sentirse rodeado de los tuyos siempre es alegre. Los krimiñeros compraban y vendían en aquella plaza. Realizaban intercambios, subastas y ventas de todo tipo de objetos realmente extraños. Cada día de la semana significaban diferentes precios y alimentos. Era sábado, día de descanso por lo que era común aquella cantidad de mercaderes y los altos precios en la mayoría de los productos.

Me sorprendió la subasta de aquel día. Era una espada de plata completa, una joya para los guerreros y una verdadera bestia en combate. Nunca habría imaginado una pieza como ésta y mucho menos el tamaño que tenía, era dos veces mayor que una espada normal, por lo que su peso debería ser algo incómodo. Cientos de personas rodeaban el escenario y la puja comenzó. Las cifras que los interesados Krimiñeros soltaban por la boca me podrían solucionar mi vida entera. El dinero en Krim estaba muy mal repartido. Pocas personas gozaban de la buena vida, derrochando dinero y viviendo como verdaderos dioses. La gran mayoría luchaban cada día por pedazo de carne y se mataban horas a trabajar por conseguirla. Se podrían diferenciar fácilmente a cada tipo solo con verles por las calles.

 Mi único objetivo era la tienda de alimentación. Todos, como de costumbre, me miraban y observaban, pues mi ropa no estaba en muy buen estado y no tenía nada más, además, mi aspecto tampoco era perfecto para ser sábado, el día más limpio de la semana que hasta el más pobre vestía con una ropa limpia.

Con perfecta delicadeza me apresuré a la panadería, donde gracias a mis habilidades conseguí atrapar un par de panecillos sin problemas. Me fue bastante fácil, pues la panadera Trenir era muy despistada y normalmente no se fijaba en sus panes de la parte más a la izquierda, los más alejados de su vista.
Entonces me dirigí hasta la frutería. Mientras el frutero charlaba con un señor, mi mano se deslizaba por la espalda para alcanzar un plátano
Fui a coger uno más cuando pasó lo inevitable. Un prisor, policía de Krim, me vigilaba muy de cerca y se percató de mi crimen. Me quitó los panes y la fruta y me cogió por en cuello. Empezamos a andar y nos fuimos fuera de la plaza.

Me llevó a una calle. No podía creer lo que estaba ocurriendo realmente. Era imposible que me hubiera descubierto, lo estaba haciendo realmente bien, y estaba a punto de conseguirlo. Era alto, rubio, no más de treinta años y su mirada deba realmente miedo. En aquella calle me dio una patada y me tiró contra un muro. El dolor inundó mi cuerpo, y tras aquel golpe. Me empezó a azotar con un áspero cinturón de cuerp. Me mantuvo allí un cuarto de hora, a golpes sin parar, conté unos cuarenta azotes y por al menos no todos era demasiado fuerte. Estaba acostumbrado a castigos más fuertes en mi antiguo hogar, donde convivía con niños de mi edad. Eran muy estrictos con las normas que nos llevaban a dolorosos azotes cada dos por tres. El dolor era insoportable, me quedé tirado en medio de la calle, sangrando la espalda, casi inconsciente pero mis ojos me dejaron ver como una figura en la esquina de la calle contemplaba la escena. Notaba más gente pasando a mi alrededor pero nadie decía nada.
-Para que aprendas- se reía el prisor, y se marchó entre risas.- la próxima vez, estas muerto muchacho.

Entonces fue cuando comenzó un tiempo de dolor y desespero en medio de aquella calle, gritando por las heridas que en mi espalda yacían y que me hacía rugir con furia una venganza para aquel hombre. Cada vez me dolía más y más, y mi cuerpo empezó a temblar. Pero cerré los ojos, no podía aguantar más.
Me levanté tras media hora y no dudé en volver al rápidamente al bosque.  Cada pequeño paso que daba significaba un enorme esfuerzo. Aun me pregunto como conseguí hacerlo, como pude llegar a mi hogar.


Crucé el agujero y volví a mi árbol. En este momento crítico, el hambre rugía en mi estómago y el cansancio corría por mis venas. Comenzó a llover y con ella una tormenta enorme, como mucho de los días en Krim y Quierum.